«La catedral». Alicia Monteagudo, 1998.

Ángeles irónicos de piedra que a la vez son antítesis y sinónimo de humanidad. Un desgarro oblicuo en el cuello retorcido torsionó al alado, provocando la succión de sus ojos hacia profundas cavidades. Oberturas en las bocas, y el líquido verde terroso derramase tras el impulso de la escupida: animal incalificable, necesidad de colisionar tal cúmulo de tensión mediante la acción de expulsar adoptando expresión de desequilibrio. Recorridos marcha atrás donde el sabor de las épocas quedó atrapado en mi garganta, compendio de todos los sentidos.