«10 de cada». Pedro Nuño De La Rosa, 2001.

Solo desde la perspectiva del Arte como elemento decorativo y asumible para cualquier sensualidad al gusto generalizado se puede entender, que no compartir, el que Juan Carlos Nadal no este considerado como uno de los tres artistas fundamentales de su generación, al menos en la Comunidad Valenciana. Porque su obra resulta bastante diferente y diferenciada de los que está al uso y frecuencia de cuanto podemos observar en galerías privadas e institucionales.
Nadal no es un artista de ideologías, sino de ideas. Cualquier “anécdota” o material pueden servirle para expresarse. Por ello es capaz de involucrar una escalera, fotografías repintadas o cristales que intervengan en la percepción de sus imágenes y que la condicionen o modifiquen. Ha trabajado en temas como el ojo humano, las gárgolas, las catedrales y en los mass-media, tomando una foto de cualquier noticia para reconvertirla en una composición que trasciende también a lo estético dentro de los montajes-objetos y los ensamblajes.
En sus creaciones hay una intención deliberada de representar el carácter ilusorio de las imágenes, pero también significar todavía más otras reforzándolas gestualmente como contrapunto. Tan pronto pueden aparecer en iconografías apenas visibles, turbias, intangibles, etc. como si tratara de confundir la frontera entre lo que es real y lo que es imaginario, como concretarse en un determinado elemento, ojo, tachadura, una figura coloreada frente al blanco, grises y negro de las otras, etc. Siempre se sirve de cualquier tipo de material, sea de desecho, o traslúcido como el cristal, que tratado de diversas maneras (por ejemplo barnices) consigue filtrar o irisar una imagen colocada detrás a unos milímetros de distancia. Y por supuesto los acostumbrados lienzos, lonas y cartones de diversas tramas. Este dispositivo entre el collage y soporte superficie, permite superponer e intercalar imágenes a diferentes niveles creando en el espectador una forma de mirar diferente a la habitual planeidad del cuadro. Viene a ser como un juego de aperturas y cerramientos a través de la cual veríamos imágenes borrosas, indefinidas, inquietantes, dudosas, etc. para inmediatamente concretarse en una figura manipulada con tachaduras sobre los ojos. Una opacidad que nos incita a reflexionar sobre el misterio y la belleza o la fealdad aparente de las personas o cosas, como si el dispositivo fotográfico hubiese fallado la toma, pero que al mismo tiempo nos provoca a concretarla voluntariamente ofreciendo una imagen más plástica al yuxtaponer lo que él denomina “ausencias y presencias”. Definitivamente y aquí, la idea se ha impuesto a la facturación, el gesto a la narración, la simbiosis a la sintaxis. No hay truco.
Recordar la expresión que acabamos de ver un instante antes, es hacerlo mentalmente de manera perturbada, como si le diéramos otra vuelta de la tuerca al impresionismo y al expresionismo en blanco y negro, retornándolo a la fotografía contra la que nació. Podría hablar de una tentativa de captar el proceso de memoria y silente y del olvido de las formas aprendidas. O de la tensión entre aparición y desaparición, entre lo que retenemos y lo que va desapareciendo en la papelera del disco furo por falta de espacio. La imaginación del suceso que se produce sensorialmente en la retina del espectador le preocupa, quizás más, que la obra misma decodificada en el quebrantamiento e interrelaciones tripartitas de la fotografía, la pintura y los materiales superpuestos.