«El ojo que todo lo ve». Juan Bta. Peiró, 1994.

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… y era como si todo mi cuerpo fuese un ojo por delante y por detrás, y pudiese ver al mismo tiempo todo to que habia a mi alrededor.
Eco. U. “El nombre de la rosa”

Hay un arte secreto que permite nombrar con palabras análogas fenómenos distintos entre sí: es el arte por el cual las cosas divinas pueden nombrarse con nombres terrenales.1 Es un secreto a voces la estrecha, ancestral y compleja relación de identidad que existe entre algo tan terrenal como el ojo y algo tan divino como la misma divinidad. De este modo, la cita inicial, pronunciada para expresar las sensaciones provocadas por el amor carnal, bien podría servir para señalar dos atributos divinos: omnipresencia y omnisciencia (verlo todo es saberlo todo, verlo todo es estar en todas partes). Así se explica, siquiera parcialmente, la representación de Dios como un triangulo equilátero con un ojo en el centro. Por contra, la divinidad es invisible (ni se puede ni se debe ver) y la vista una profanación.
Si en el principio era el Verbo lo primero que este dijo fue: hágase la Iuz. El sol dios de los egipcios -Ra- y de tantos otros pueblos. El concepto de claritas y toda la mística medieval basada en las propiedades de la luz. Luz Divina. La visión es posible gracias a la luminosidad. Desde el principio el hombre ha tenido en sus ojos la mas eficaz herramienta de conocimiento. Sistema de la visión. No es extraño que desde la mas remota antigüedad se haya intentado explicar el funcionamiento del ojo, el problema de la visión. No vamos a enumerar las innumerables teorías, por el contrario únicamente enunciaremos las tres primeras hipótesis formuladas en nuestra cultura mediterránea. Curiosamente, resumen la practica totalidad de sistemas posteriores.
Pitágoras y Euclides piensan que el ojo emite un haz de rayos que viajan por el espacio. Al chocar con los objetos se produce la visión. (Ojo-faro. Activo).
Demócrito y Lucrecio, por el contrario defienden que los objetos envían continuamente imágenes de si mismos (éidola) al espacio que los rodea. Estas imágenes entran en el ojo y se manifiestan. (Ojo-trampa. Pasivo).
Platón plantea una solución mixta. Del ojo surgen unos rayos visuales originados por una «luz interior». Fuera existe otra fuente de Iuz; el sol. Todo objeto observado e iluminado por luz solar refleja dos tipos de rayos: «físicos y fisiológicos», juntos al Ilegar al ojo producían las imágenes. (Ojo-orificio. Activo-pasivo). En ese proceso de síntesis, se concibe el ojo como un sistema ambivalente receptor y emisor a la vez, lo que se corresponde con ese carácter activo o pasivo de la vision.
Todo orificio pone en contacto dos espacios distintos. Los orificios del ser huma­ no constituyen canales de relación con el mundo exterior. Ojos, orejas, narices, boca. De todos ellos, probablemente los ojos ejercen un papel estelar. Dentro y fuera. Exterior e interior. El ojo es un lugar de intersección de dos ámbitos distintos y distantes que puntualmente, y gracias a el, se aproximan, entremezclan y fusionan.
Si tomamos el ojo como un agujero entre dos mundos, dependerá del lugar que adoptemos pare configurar un punto de vista y una actitud diametralmente opuestos.
Todo sujeto realiza acciones por activa y por pasiva. La acción del ojo, mirar, también puede ser actuante, incisiva, inquisitiva, (el ojo-faro que lanza rayos visivos) y expectante, contemplativa, furtiva (el ojo-trampa que capture las imágenes). Atravesar con la mirada (investigar) o ver a través de (espiar). Abrir de par en par la puerta y lanzarse al exterior, o quedarse detr6s mirando por el ojo de la cerradura. Este papel mediador del ojo entre realidad física y percepción interna se corresponde, por ex­tensión, con la función de lo visual como 6mbito relacional entre el hombre y el mundo.
Uno de los problemas básicos de toda cultura es posibilitar que el hombre, mediante la imagen de si mismo, sea capaz de comprender el mundo. En esos intentos de aprehensión de la realidad es necesario, pronto o tarde, desnudar el proceso mismo; cuestión especialmente acuciante cuando los fines que se persiguen son mas que oscuros. Así, en etapas de incertidumbre, donde se hace difícil buscar soluciones, y sobre todo encontrarlas, la autoreferencialidad y el análisis introspectivo son lugares comunes.
Uno de los problemas básicos de la cultura visual ha sido, es, interrogarse sobre los fundamentos mismo de lo visual. En este sentido, la reflexión sobre la mirada supone el punto de partida del trabajo reciente de Juan Carlos Nadal.
En los anos ochenta han sido numerosos los artistas que han estructurado su obra sobre la pintura misma y la misma visualidad. Sin embargo esta revisión del pasado pictórico y de Ia visualidad se ha hecho desde un distanciamiento y una perversión típica de voyeur (David Salle, Eric Fischl). Frente a esa pasividad del espectador impasible -del ver a través- se incide en la cualidad inquisitiva de la mirada -del ojo faro-, en la capacidad interrogativa de lo visual.
A partir de la fotografía -ojo mec6nico de la contemporaneidad- y mediante su integración con otros materiales (casi siempre chapas metálicas), Juan Carlos Nadal construye -en sentido figurado y estricto- su particular visión de lo visual.
Al elegir un tema recurrente -la base misma de la visualidad- se corre el peligro de caer en la repetición y el reduccionismo mas superficiales. Nadal retoma, sin embargo, una larga tradicion aportando su personal punto de vista y demostrando, una vez mas, la terrible actualidad del pasado, la rigurosa contemporaneidad de lo eterno.
Y sin mas preámbulos, le atravesó con su mirada.