«La mirada que observa y es contemplada». Wences Rambla, 1994.

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Si las artes plásticas se incluyen en el conjunto de las artes visuales no es en vano, sino porque la forma esencial de acceso por parte del ser humano es la vista. Nada tiene que extrañar, pues, que el órgano sensorial de la visión pueda ocupar por derecho propio un lugar de honor en el piano de la representación. Si to tiene el cuerpo humano en su totalidad, tanto aislado como formando grupos, no hay nada de raro, como antes lo fue el rostro -parcela­ción anatómica susceptible de originar un especifico genero pictórico- que los ojos adquieran la categoría de leit-motiv.

Si, por otra parte, desde la consideración o enfoque que entiende la obra de arte como opera aperta capaz de propiciar diversas interpretaciones en su lectura por parte del espectador, reparamos en la mirada misma de este (si bien en su implicitud fantasmagórica, pero no ausente) señalamos otro de los parámetros necesarios para entender fruitivamente la obra que Juan Carlos Martínez Nadal nos ofrece. Es decir, las distintas miradas que traidas a su particular universo plástico, según diferentes posiciones, encuadres y secciones oculares se convierten en motivo icónico que al tiempo de ejercer su «fun­ción» -ciertamente simbólicamente figurada- incorporan, en sus inductivas visual lines, las posibles ojeadas escrutadoras (observación, fijación) de quien se encara a ellas.

Cuadros, los del pintor alicantino, de los que cabe subrayar, por lo que a su plasmación pictórica se refiere: por un lado, la inclusión de registros fotográficos en su campo de intervención plástica; y, por otro, la cuidadosa es­tructuración espacial ejercida. La cual asume tanto la ortogonal red de perpendicularidad geométrica -de puridad abstraccionista- y la planimetría propia del encuadre fílmico como las sabias maneras del fotomontaje y colla­ge de vanguardista memoria. Todo ello no indica -tras contemplar el resulta­do que nuestro artista logra- melée oportunista alguna, sino que nos hallamos ante un autor joven que satisfactoriamente conoce el pasado -el inmediato artístico de buena ley- para proyectarse hacia una obra de futuro; más allá de las alegrías gozosas del garabato oportunista y del tantas veces pre­ tendidamente mamarracho pseudo-postmodernista. Nadal sabe to que quiere y experimenta el mejor camino para conseguir su objetivo. Tuve la oportuni­dad, además de observar sus cuadros, de intercambiar opiniones, y constate que efectivamente sabia lo que quería y que tal deseo no quedaba en mera intención sino que en sus obras quedaba reflejado.

Así, en alguna de estas: una mirada sesgada se proyectaba desde el fragmento espacial que, encuadrándola, encadenaba una sucesiva serie de ellos, materializados en bromuro de plata y hierro sobre chapa de hierro oxidada. En otras: los barnices transparentaban en silencio la superficie de la imagen -dispuesta en formato alargado- que, mostrando borrosa parte de su confi­guración, inducía a una recóndita y, a la vez, dinámica observación. No falta­ban otros trabajos mas complejos donde un rostro fragmentado/compuesto a guisa de puzzle y como abriéndose paso entre las planchas metálicas que si­mulaban cerrarse como compuertas sobre el potente piano-base de la imagen, nos permitían constatar, de nuevo, las buenas maneras a la hora de componer la forma y organizar el espacio autodelimitado.

También encontramos, en fin, en esta exposición citaciones de la historia de las artes plásticas, donde el ojo-mirada o el observador observado -Goya, Ingres, Agnolo di Cosimo o Bronzino, » La Gioconda «…- tuvieron un destaca­ do papel en el juego semántico-formal entre tales fragmentos de iconicidad corporal humana.

Y si la recuperación sui generis estaba presente, que no diremos de la copresencia ocular del medio fotográfico. Con su Ilegada, este se convierte -aparte de su función documental- en una especie de ancilla picturae que intentaba, en ese primer estadio, alcanzar su oportunidad artística. Algo que, como ya sabemos, ha conseguido tras muchos esfuerzos y, obviamente, por derecho propio, hacienda valer su indiscutible autonomía. Sin embargo, y dado que a estas alturas del siglo los limites disciplinares en lo artístico son traspasables y fluctúan en variadísima y osmótica reciprocidad, es por lo que -parece- no haya de extrañar a nadie -que ingenuidad- que un creador incluya, se sirva, adopte, combine… en su expresión lingüística recursos y dicción de naturaleza fotográfica, al igual que recursos y procedimientos del ám­bito escultórico. En definitiva, la pintura de Nadal consigue desde su vertiente poética y gracias a los apropiados juegos combinatorios de materias y acaba­ dos (papel, tela, planchas; lisos, rugosos, oxidados), coloraciones (acres, gri­ses, negros, blancos) la posibilidad de sugerir, evocar y provocar otros juegos: tanto de índole perceptiva como de fundamentación psicológica, por no men­tar la siempre problemática y excitante relación abstracción/figuración en el intrincado juego de ocultación/desvelamiento.