«Saltos en el vacío». Alicia Monteagudo, 1997.

Todo quedó depositado sobre el suelo. Pedazos de papel minúsculos cohabitaban entre restos de telas semidobladas. Colillas, zapatos, herramientas, botes y clavos se habían ido anclando en este espacio; las maderas también iban perdiendo su primera función. Puñados de pigmento y polvo fue-ron la prolongación, el medio que constituía el nuevo nexo de unión.
El desorden para poder componer, constituir desde lo sedimentado o ir elevándose por las paredes, en estas los chorretones de pintura los conectaban, grafismos y restos derivados del resultado, mitad del recorrido, palabras cómplices de las obras que sobre todo fueron presente.
Contrastes tensados: orgánico-arquitectónico, ángeles irónicos de piedra que a la vez son antitesis y sinónimo de humanidad. Un desgarro oblicuo en el cuello retorcido torsionó al alado, provocando la succión de sus ojos hacia profundas cavidades. Oberturas en las bocas, y el líquido verde terroso derramase tras el impulso de la escupida; animal incalificable, necesidad de colisionar tal cúmulo de tensión mediante la acción de expulsar adoptando expresión de desequilibrio.
Versátil aparición de cumbres vaciadas de contorno, terreno escamado con alturas creadas al antojo de la marea, contrastes salinos siempre porosos. Cavernas de oquedad, lánguidas direcciones que se entrelazan, visión de tela de araña verificada desde un aumento infinito. Cubriendo las aguas profundas, presionando cualquier interior. Aspereza en las imágenes combinadas entre la disparidad. Recorridos marcha atrás donde el sabor de las épocas quedo atrapado en mi garganta, compendio de todos los sentidos.
Conformaciones vítreas, escalones, perfiles, suelos de tela, atmósfera disipada,   íntegro   expuesto   en  el   empedrado.  Recuentos del exterior, salidas encerradas, direcciones y cruces. Sórdidas estampas atrapadas, robos de realidad, mira-das atrancadas que ya no cohabitan con el viento, el sonido se extinguió y persiste el vaciado de pisadas que son pruebas de presencia inmediata. Lluvia de hastío reprobando los más rancios pensamientos fundidos por la ardiente cera negra que se multiplica y eleva las plegarias hacia su extinción.
Mis pasos derivaban en un seguimiento impuesto por esa entidad a ras de tierra; debía intentar esquivar, bucear buscando el sitio justo, pero fue imposible, seguía aplastando otras partículas mínimas. Era jugar en el aire efectuando saltos de equilibrio, como de niña cuando viví con aquella obsesión de no pisar las juntas de los bordillos en las aceras, ajustando mis pasos al antojo de las dimensiones de las piedras porque de lo contrario el hechizo se rompería, cae-ría en el precipicio y todo habría terminado. Efectivamente sucedió, un solo descuido supuso miles de estrías de vidrio batiéndose en mi contra..
Mientras tanto la provocación de oposiciones me dejan completamente fuera de lugar, me arrancan la tensión, no me conduce, se impone previamente a que lea su lectura, me impulsa a topar sobre sí. La estancia era más verdad, constituía realmente el acercamiento. Piezas de olvido que consecutivamente serían tenidas en cuenta pasando a ser remarcadas. No obstante, todo estaba allí en la prolongación de la superficie. Merecían ser observados, situados enfrente, modificar su posición y permitir que se proclamasen desde una visión marcada claramente por ojeadas nuevas reveladoras de intención.
Y por los pies fue escurriéndose gota a gota; comenzó el recuento de todas ellas omitiéndolas, únicamente iba enumerando los segundos transcurridos, midiendo en metros desde el momento que lo abandonaban hasta que oía el tibio rozar del terrazo salpicado. Tras la mil ciento diecinueve no consiguió recordar.